Pongo por escrito una reflexión personal que me ronda la cabeza desde hace algunos días.
Hoy en día, desde el instante en que un consumidor sabe que algo es un anuncio, inmediatamente lo ignora. En una revista, pasa página para llegar a la siguiente página de contenido. En un periódico, salta a la siguiente noticia. En un popup, rápidamente lo cierra. En una web, hace scroll para que el banner deje de verse. En televisión, cambia de canal. Hoy, los consumidores ponen 6 veces más atención a los contenidos que a los anuncios.
Paradójicamente, uno de los fundamentos del marketing es promover la marca propia, lo que suele implicar utilizar el logo intensivamente en los anuncios. Y en un anuncio, el logo es como alzar una bandera roja en una playa. Ondeando, en lo alto, bien visible, indicando a todo el mundo que eso es un anuncio, advirtiendo a todo el mundo que corre peligro. Es como la boca del “Dóna corda al català” saltando de aquí para allá alertando “¡Soy un anuncio! ¡Soy un anuncio!”.
Lo que la gente de publicidad quiere es convencer sobre un producto o servicio. Pero olvidan a menudo que, antes de convencer, primero tienen que captar la atención. Y poner el logo varias veces en un anuncio, pese a que ayuda a grabar la marca en la audiencia, lo único que hace es, en muchas ocasiones, alertar al consumidor que eso eso es un anuncio. Por tanto, el resultado es que se le está invitando a saltárselo.